Vergüenza en la garganta

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¿Alguien más se siente totalmente agotado estos días? Parece que el estado de nuestro mundo y las profundas y preocupantes complejidades de la vida (en casi todas las esferas de mi existencia) me están desgastando, momento a momento. Últimamente me he encontrado describiendo mi estado de ánimo como “plano”, soso”, “sin chispa”… tal vez diría totalmente “sin ganas”.

Mientras comenzamos una vez más el doloroso tránsito por los días del aniversario de la muerte de Rafa y su posterior nacimiento, me siento desconcertada por esta persistente melancolía teñida de resentimiento y adornada ocasionalmente con destellos de enojo. Hoy, Rafael habría cumplido tres años si hubiera nacido vivo.* ¡Imagínate! Sin duda este año –oh 2021… año del embaucador– ha sido una montaña rusa de intensos cambios, sorpresas y emociones. Y no sólo una montaña rusa desvencijada, al estilo de las de los niños. No, estoy hablando de la hazaña de gravedad más INSANA que puedas imaginar: un viaje que te pone patas arriba y hace que tus tripas quieran salirse de tu boca. Sólo que… los primeros siete meses de este año no me han dejado una sensación de vigor como la de una buena montaña rusa. No. A medida que nos adentramos en la segunda mitad de este año, me pregunto dónde y cómo encuentro la energía para seguir adelante.

En la primavera, algo empezó a suceder en mi cuerpo. Sentí que había una obstrucción en la parte posterior de mi boca, en la parte superior de mi garganta. Pensé que podría tratarse de una uvulitis (una úvula inflamada), algún tipo de infección… o incluso… dios no lo quisiera… cáncer. Me hice la prueba del Covid-19: negativa. Fui a acupunturistas y homeópatas y, finalmente, a un buen otorrinolaringólogo. Lo único que salió de todo esto fue que esta sensación de bloqueo en mi garganta puede ser causada por el estrés o la tensión en mi cuello, mandíbula y cara. Creo que puede tener más que ver con no poder expresar mis anhelos más profundos. Una mañana, durante esa época de estrés y miedo, conseguí sacar estas líneas:

Hoy escribo estas palabras. Escribo estas palabras porque parece que no soy capaz de decirlas. Siento vergüenza, rabia y pudor… que parecen estarme impidiendo hablar. Este silencio parece estar provocando una dolencia física en mi cuerpo, una especie de extraña obstrucción y malestar en la parte posterior de mi garganta. No puedo dormir. Estoy ansiosa y deprimida simultáneamente. Y como parece que sigo teniendo demasiado miedo de decir lo que quiero en voz alta, estoy aquí… escribiendo. Parece que es lo mejor que puedo hacer.

Lo que me di cuenta de que tenía tanto miedo de decir en voz alta era que era/es mi deseo más profundo en este mundo volver a quedarme embarazada e intentar tener un bebé vivo y sano. Incluso escribir esas palabras ahora mismo es insoportablemente difícil. Una parte de mí quiere alejarse de ellas por vergüenza, para envolverme en el manto de invisibilidad de “estar bien”. Pero no puedo. Necesito decirles esto a ustedes. A aquellos que estén dispuestos a escuchar. Sé que a mis 47 años y dado mi historial ginecológico, los tres embarazos “perdidos” [cuatro, en realidad, desde que escribí estas palabras hace unos meses*]… sé que es muy poco probable. Y, sin embargo, no puedo seguir guardando este anhelo en mi interior. Debo decirlo. Por mi propia cordura y a pesar de la audacia del deseo.

He sabido que el Anhelo estaba en mí desde la muerte de Rafa. Por eso todavía hay tres baúles llenos de cosas de bebé, una carriola y un corralito en el armario de nuestra recámara de visitas. Nunca he perdido la esperanza. De lo que no me había dado cuenta hasta este año es de    que –en cuanto el compartir mis deseos más profundos– he ido acumulando más y más vergüenza con el tiempo y a través de las otras “pérdidas”. Empecé a notar esto durante unos cursos en línea en los que participé con otras mujeres a principios de año. Observé que cuando me sentía lo suficientemente valiente como para compartir el Anhelo con mis amigas más cercanas, me conmovía mucho, sobre todo cuando me animaban a no abandonar mi sueño. Pero el punto decisivo fue cuando fui al homeópata por mi garganta. En lugar de analizar realmente ese síntoma, empezó a hablarme de cómo estaban cambiando mis hormonas y de cómo debía empezar a prepararme para la menopausia… hacer más ejercicio y demás. Por dentro, yo gritaba: “¡NO! No es ahí donde me encuentro en mi viaje. No siento que esto me esté sucediendo ahora mismo. Demasiado pronto, señora”. Pero la complaciente Aerin se sentó en el sillón de cuero asintiendo y diciendo mmm-hmmm. Después de esta cita empecé a ver y sentir la vergüenza de forma visceral.

También debo mencionar que todo esto –la garganta, la vergüenza, el anhelo y la confusión– se desarrolló en medio de unas condiciones extremadamente estresantes en casa y en el trabajo. Durante tres meses y medio, nueve horas y media al día, seis días a la semana, estuvimos atormentados por el constante golpeteo de los mazos contra el concreto, mientras un equipo de dos hombres destruía lenta y dolorosamente la casa vecina a la nuestra, dejando nuestro patio trasero al descubierto y mi sistema nervioso quebrado y en carne viva. Esto hacía imposible trabajar desde casa; buscaba constantemente nuevos lugares para hacer mi trabajo en línea y me trasladaba de un lugar a otro semana tras semana. Tomamos la decisión de buscar una nueva casa en marzo, encontramos un nuevo lugar en abril y emprendimos el viejo ritual de la MUDANZA, con toda su agotadora logística y sus inesperados arrebatos emocionales, a principios de mayo. Creo que, después de todos estos meses, todavía no me he recuperado de ese caos.

Una vez instalados en la nueva casa, consulté con una doctora especialista en fertilidad en los Estados Unidos sobre mis posibilidades de cumplir el Anhelo. Me mandó a hacer unas pruebas hormonales. Mientras esperaba a que la técnica del laboratorio se diera cuenta de lo que estaba haciendo, sentí que la vergüenza volvía a aflorar en mí. Cada vez que verificaba mi fecha de nacimiento y mi edad (que creo que fueron por lo menos tres veces) sentía que me encogía un poco más en mi piel. Los resultados de estos estudios revelaron que era muy poco probable que me quedara embarazada de nuevo y que, si de alguna manera ocurría, era aún menos probable que llevara el bebé a término. Una vez más renuncié a mi esperanza. Y aunque fue devastador, de alguna manera me liberó por un corto tiempo. Las cosas mejoraron un poco durante unas semanas. Volví a la terapia. Incluso mi libido revivió.

Sin embargo, a mediados de julio volví a caer en una especie de estado de estancamiento, sintiéndome cansada todo el tiempo y luchando por encontrar una fuente de motivación y energía que me permitiera seguir adelante. No lo entendía. También estaba confundida sobre por qué no había tenido el periodo en casi dos meses. A finales de junio me hice una prueba de embarazo por si acaso. Fue negativo. Pero decidí volver a comprobarlo y un sábado por la mañana temprano volví a ver las dobles líneas rosas en el palito de plástico blanco. Estaba estupefacta.

Memorias de un aborto.

No voy a entrar en los detalles de lo que ha ocurrido estas últimas semanas. Pero digamos que ha sido insoportable. Ha habido múltiples conversaciones difíciles, palabras duras, ataques de ansiedad, lágrimas y confusión. El embarazo terminó de forma “natural” a las 8 semanas y se indujo médicamente un aborto espontáneo (“expulsión” del feto muerto parece más correcto… pero da igual… todavía no tengo el lenguaje adecuado para esto). Me siento enfadada, vacía y deprimida. Lucho cada día por encontrarle un sentido a la vida y una razón para salir de la cama. Dicho todo esto, lo que queda es el Anhelo. Y está más claro que nunca: Quiero ser madre. De la forma que sea.

Antes de saber que estaba embarazada, mantuve una conversación con una nueva amiga mía que ha recorrido el camino del dolor durante los últimos años. Hace cinco años, la madre de Aimée Wilson murió por complicaciones relacionadas con cáncer de mama. Dos años más tarde, su mejor amigo también falleció en una sobredosis accidental, después de no contar con los recursos necesarios y estar aislado en un sistema que no podía apoyar su dolor o sus necesidades. Como resultado de estas experiencias, Aimée fue llamada a un terreno en Nuevo México para co-crear y administrar un santuario de duelo: Unashay Home. Cuando hablo con otras personas que están profundamente comprometidas con el trabajo en el duelo, descubro que me siento más valiente para decir cosas que temo que puedan provocar respuestas de reparación o consuelo si las compartiera con otros amigos o familiares. En nuestra reciente conversación, le dije a Aimée que a veces la única forma en que puedo relacionarme con la muerte de Rafa es como un acontecimiento que ha arruinado mi vida.

Unashay Home: Un sanctuario para el duelo

Aunque sé que esto no es “cierto”, últimamente lo parece. Estoy luchando día a día para tratar de entender de qué se trata esta vida… hacia dónde va. Me pregunto: ¿qué es lo que tengo que esperar del futuro? ¿Tendrá alguna vez algo de esto sentido para mí? ¿Sentiré alguna vez que todo este dolor y dificultad me ha ayudado de alguna manera? Después de esta cuarta “pérdida” del embarazo, del tercer aniversario del nacimiento muerto de nuestro primer hijo, y de uno de los períodos más difíciles de todos los tiempos en mi matrimonio (por no mencionar la actual pandemia mundial –actualmente peor que nunca en México– , otras innumerables tragedias políticas e insondables catástrofes “naturales” en todo el mundo)… bueno, me resulta difícil encontrar razones para seguir adelante.

El otro día escuché esta cita de Tolkein: “¿Cómo se recogen los hilos de una vieja vida? ¿Cómo seguir adelante, cuando en tu corazón empiezas a comprender… que no hay vuelta atrás? Hay cosas que el tiempo no puede reparar. Algunas heridas que son demasiado profundas, que se han arraigado”. Así es como me siento ahora. No hay vuelta atrás. La mañana del nacimiento de Rafa, mi madre le preguntó a mi ginecóloga si sabía cómo curar un corazón roto. La doctora dijo: “Con tiempo y amor”. Estoy empezando a dudar de esa receta. En este mundo, en este momento, no sé si algo puede curar mi/nuestra ruptura. Sé que mi sistema metabólico personal de procesamiento del duelo se mueve lentamente. Necesito mucho tiempo para trabajar estos acontecimientos en mi vida. Parece un buen momento para profundizar mis labores en los reinos emocionales, con el Anhelo, y los mensajes que vienen del fondo de mi garganta… en lugar de desconectarme del mundo y permanecer muy, muy ocupada. Apenas estoy comenzando a ser capaz de levantar mi pesada cabeza de la almohada en la mañana y sentirme llamada a regresar a la tierra de los vivos, a pesar de estas heridas que han sido tan profundas, que se han arraigado.

* Este post fue escrito en el lapso de un mes, desde el 30 de julio de 2021 hasta el 31 de agosto de 2021

Traducción: Vera De La Cruz Baltazar

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