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Recordar es bastante constante en estos tiempos. Pensar: “a esta hora el año pasado, estaba… estábamos…”. El último día de trabajo. Las fotos de la panza. Pintar el cuarto del bebé. El baby shower. Llegó la dula. Cita con las parteras en la casa. La última clase del curso de amamantamiento. Los suegros de visita. El pozo de recuerdos, remordimientos y nostalgia me dificulta estar presente en 2019. Siempre he sido así con los detalles que pasaron en cierto día, en cierto año… incluso a una hora en particular. Se siente como una bendición y una maldición al mismo tiempo –este año más que nunca.
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Pero desde la muerte de Rafa el tiempo es diferente –ya no lo vivo simplemente como una herramienta para marcar una ocurrencia o evento en específico– . Aunque me gustaría creer que es así: divisible, limitado, lineal… siento que no es tan sencillo. Ahora experimento el tiempo lineal como una trampa. Cuando abrí mi agenda en el mes de diciembre este año, leí la intención y reí de mí misma con cinismo. Decía: “Enjoy the moments of feeling good and wellbeing. It is a time to celebrate a wonderful, magical year.” (Disfruta los buenos momentos y sentimientos de bienestar. Es el tiempo de celebrar un año mágico maravilloso.)
Pero, no me mal interpretes, me encanta todo sobre estos festejos. Me encantan los colores: morados, anaranjados, amarillos, fucsias, negros. Me encantan los disfraces, las comparsas, la creación de altares. Me encanta la solemnidad y la celebración, todo junto en un paradójico paquete. Este es básicamente el único día feriado que celebro durante el año. Pero con el bombo publicitario en los Estados Unidos sobre el Día de los Muertos en los años recientes, Oaxaca se ha vuelto en un tipo de Meca para extranjeros durante estos días. Y este año, pues, tengo una relación bastante distinta con la muerte de la que tenía antes.